viernes, 13 de marzo de 2009

LA ÉTICA PERIODÍSTICA EN LA INVESTIGACIÓN CRIMINAL


POR: JAVIER DARIO RESTREPO

Ustedes han invitado a este periodista a hablar sobre la ética periodística en la investigación criminal o porque esa investigación transcurre bajo la amenaza de una indiscreción periodística, o porque en más de una ocasión la ayuda del periodista ha sido valiosa para adelantar esta investigación. Entre la pasión por la verdad de todo genuino investigador y el síndrome de la chiva de los “no tan genuinos” periodistas, hay una tensión permanente que hoy se quiere reducir apelando a la intermediación de lo ético. Y lo ético es, efectivamente, el punto de encuentro entre investigadores de lo criminal y periodistas. Mas allá de las leyes sobre reserva del sumario, o de los reglamentos para resguardar la información de las miradas indiscretas, esta ese campo común de los principios que rigen las relaciones entre las personas y de cada una de ellas con la sociedad, que es lo ético.
Se trata pues, señores de explorar desde el campo de los periodistas y desde los laboratorios de investigación criminal cuales son los principios éticos comunes, no tanto para evitar las indiscreciones del reportero, que son episodios relativamente triviales, sino para fundamentar un trabajo en común, al servicio de la sociedad.
No les extrañe, por tanto, que eche mano inicialmente de un episodio protagonizado por un periodista y un funcionario de investigación criminal, ambos tras los datos que rodearon uno de los grandes crímenes de este siglo en Colombia.
Cuenta Felipe González Toledo, un viejo periodista ya desaparecido, a quien Gabriel García Márquez llamo “el inventor de la crónica roja”, que en aquel sangriento 9 de abril de 1.948 reunidos con José Ignacio Cadena, secretario de un juzgado permanente, fuimos a diligenciar el levantamiento del cadáver del victimario.
Frente a la puerta principal del Palacio de Nariño, cabeza al sur y pies al norte, cubierto con un capote militar, estaba tendido el cuerpo del magnicida. Al retirar el capote, apareció completamente desnudo. Apenas, enredado en una pierna, tenía un jirón de ropa interior. Aunque molido a golpes, no estaba desintegrado. Los ojos se le adivinaban bajo impresionantes coágulos de sangre. Según lo apreciamos y según más tarde lo corrobora la autopsia, solamente tenia contusiones y ni una sola herida de arma blanca.
Es extraño esto, pero anudamos el cuello tenía el cadáver dos corbatas. La una de fondo azul oscuro con franjas de color vino tinto. La otra, punteada y de color indefinible.
Muy extraño esto, pero tenía dos corbatas anudadas al cuello. Las corbatas, el jirón de ropa interior y un anillo de metal blanco, eran cuanto había por escoger”.
Esta refencia del viejo periodista a su trabajo en común con el funcionario de investigación criminal no es la única, se repite a lo largo de sus relatos como una constante porque, para el y los funcionarios la naturaleza de sus respectivos trabajos, esta atravesada para una línea igual: Los dos tienen un compromiso con la verdad.
Ese compromiso es el que se siente palpitar, como un corazón, en esa crónica sobre las andanzas de un fugitivo buscado ansiosamente por la policía de Caracas. El cronista reconstruye el itinerario de esa fuga y como un testigo omnipresente lo ve todo: Lo ve vestido de negro, con un traje de alpaca, lo ve bailar durante tres horas en un hotel de la playa los Caracas, Lo ve regresar en un Chevrolet azul celeste, casi nuevo, lo ve tomar un aperitivo en el gran café escucha al camarero llama al fugitivo por su nombre, para concluir asombrado: “Nadie habría podido imaginarse que un hombre perseguido por varios gobiernos, fugitivo de trece cárceles, amenazado de muerte en su país después que fue depuesto el gobierno de Peron y buscado ansiosamente por los periodistas de América se atrevería a pasar una noche de sábado en la pista de baile del Hotel Tamanaco.
El cronista Gabriel García Márquez dirá muchos años después, recordando esa y centenares de investigaciones periodísticas parecidas y refiriendose a la más reciente, consignada en su “Noticia de un Secuestro”, que “lo que más me gusta en un libro de reportaje es la etapa de la investigación”. Y agregaba después, nostálgico: “No hay nada mejor que la etapa de la investigación para alguien que ha sido reportero”.
En una inolvidable velada en la escuela del nuevo periodismo le hablaba de ese libro, que entonces se estaba escribiendo, a los participantes en un taller de ética, sobre esa pasión por la verdad de los grandes y de los pequeños detalles, que le habían permitidos virtuosismos como el descubrimiento de la clase de perfume y del color del vestido que llevaba el día en que la asesinaron de un disparo, a la hermana del secretario general de la presidencia don Germán Montoya.
Mas tarde, en conversación con un periodista, describió como sin conocerla, habían reunido los elementos necesarios para recrear algo así como el trato hablado de Diana Turbay: “El único protagonista con quien yo no hable fue Diana. Eso se palpa. Yo tuve información de Diana, de sus amigos, de su familia, de Nidia, de sus cartas y en ultima instancia del diario de Diana. Eso me ayudo mucho porque yo nunca había visto a Diana, nunca la conocí y, además, siempre tuvimos la impresión de que ella era una de las que más había instigado el problema conmigo”.
Esa pasión por la verdad, que conviene en una derrota intolerable para el periodista el cambio de un apellido, de un nombre, la falta de una cifra exacta, la tergiversación de un concepto o la ingenuidad ante una fuente, tiene fundamentos filosóficos como el que anotaba él filosofo Karl Popper al decir: “Uno de los principios éticos más importantes es la idea de la verdad objetiva como principio básico regulatorio de todo dialogo nacional.
Esa verdad objetiva que el periodista quiere dar y que los receptores de información buscan, implica el reconocimiento de su pertenencia a una sociedad que le importa y de cuyos asuntos se ocupan en un proceso que fortalece progresivamente su vinculación a la familia humana y que se alimenta con la ración diaria de verdad sobre la historia común. Es una ración de verdad que los periodistas le servimos a los individuos y a toda la sociedad y que llega a convertirse en un fundamento de la vida en común de los hombres, la cual se hace posible en cuanto se construye sobre la verdad, y se frustra en la misma medida en que interviene la mentira.
En efecto, la mentira hace imposible la vida de la sociedad porque destruye las bases de la justicia y de la democracia.
Anotaba Jean Francois revel en su libro sobre la prensa mundial Europea, que “la mentira política que antes tendía a engañar a los demás gobiernos como parte de una estrategia que podía ser defensiva u ofensiva, ahora tiende a engañar a toda la opinión; es una mentira que se salió de las concillerias y se instalo en los medios de comunicación.
Coincide ese uso generalizado de la mentira política con la multiplicación de los frentes de la corrupción oficial de modo que la relación que Revel establecía entre totalitarismo y mentira que se ha quedado corta. En donde hay corrupción-no solo regímenes totalitarios- “la mentira tapiza y acolcha la vida publicas en su totalidad”.
La verdad en cambio, hace transparentes los gobiernos, estimula la participación, hace valer la igualdad y, sobre todo, crea las condiciones para la paz, lo cual es tanto como decir que “así como la corrupción no puede vivir sin la mentira, la democracia no se puede dar sin la verdad”.
El ejercicio con que nació la democracia fue el de la verdad buscada y defendida como forma de gobierno en la plaza pública, en donde gobernantes y gobernados tenían el derecho y él deber de exponer la verdad sobre los asuntos públicos. No había, no podía haber una asamblea un lugar para lo turbio, lo oculto o lo no claro. Los asuntos de todos se manejaban a la vista de todos por que existía la percepción que la sociedad solo se puede construir sobre la verdad. Los gobernantes legitimaban su poder con la verdad. Ocurrió entonces y se repite hoy, cuando la sociedad acepta los gobiernos transparentes y rechaza los que se resguardan en el silencio y el secreto.
Hay una legitimación nacida de la verdad y una deslegitimación que resulta de la mentira. Ese poder legitimador de la verdad se marca más profundamente en la piel de la sociedad cuando aparece la relación entre la verdad y la paz, entre el odio y la mentira. “El odio” decía, “no puede tomar otra mascara, no puede privarse de esa arma. No se puede odiar sin mentir, e inversamente no se puede decir la verdad sin sustituir el odio por la compasión. “Esa intuición del periodista francés se confirma a cada paso cuando la mentira separa y disgrega, su verdad acerca y une, cuando la mentira fomenta la sospecha, la desconfianza y la inseguridad, mientras la verdad despeja dudas, clarifica y da seguridad y cimienta con bases sólidas el edificio de la justicia.
Ese poder de la verdad para crear y fortalecer una sociedad humana es el que inconscientemente buscan todos los que, día a día acuden a los medios en busca de información, y a la justicia en busca de la equidad y un juicio justo. Es esa ración de verdad que sirven periodistas he investigadores de la justicia, lo que explica la importancia de sus respectivas tareas.
La sociedad por su parte, le ha asignado al periodista el papel de custodio de las verdades cotidianas y cree en la justicia en la misma medida en que los que la representan se apoyan en la verdad. Tiene carácter de consenso entre los periodistas del mundo la proclamación de la verdad como su deber fundamental.
Las asociaciones gremiales utilizan expresiones como estas para referirse a ella: es el supremo mandamiento, es la piedra fundamental, es la base de la profesión, es su primera y principal obligación, es su principio rector, esta por encima de todo. Los periodistas nigerianos aseguran en su código ético, que el periodista debe decir y adorar la verdad. Estoy seguro que los términos utilizados por los juristas e investigadores de la justicia no tienen menor intensidad al referirse a la verdad.
Es este, pues, un primer punto de coincidencia entre periodistas e investigadores de la justicia. En esa zona común aparece, sin embargo, una especie de campo minado, en el que toca moverse en puntillas. ¿Cuál es la verdad que sirve el periodista?. El rigor de la definición tomista de la verdad, o sea la adecuación de las cosas y el entendimiento, parece desaparecer a medida que el periodista comprueba que para ser exacto y objetivo no le basta transcribir los datos precisos. Victoria Camps se plantea ese problema y tiene que aceptar que “ninguna información es un puro reflejo de lo que hay”; concluye: “el buen informador debería proponerse no tanto ser objetivo, sino ser creíble.
“Lo objetivo comprende el respeto por el dato, la exactitud en la transcripción, una total asepcia en la información. La verdad que le da credibilidad al periodista es mas que eso, además de la verdad del hecho debe contener la verdad del que la comunica. Con esto quiero decir lo que Eugene Goodwin, un respetado profesor de ética periodística de la universidad de Pensylvania atribuye a los críticos de la objetividad, esto es que “el mundo de hoy no necesita observadores neutrales sino periodistas que se eduquen a sí mismos en los asuntos que informan, de modo que puedan interpretarlos desde un punto de vista.” Ese punto de vista no es cualquiera ni lo escoge el capricho del periodista, es el de la sociedad a la que uno sirve.
Cada vez es más claro que es inevitable que la información se altere por el solo hecho de pasar a través de un mediador inteligente, sensible, situado y fechado. Cada una de esas características determina una mediación que altera. Los periodistas que cubren nuestros dolorosos episodios de guerra cuando desembarcan en el lugar de los hechos sufren el aturdimiento de los múltiples detalles. Incapaces de observarlo y abarcarlo todo, envían despachos que apenas si son briznas en realidad. Es la misma desoladora percepción de cualquier investigador ante las realidades sometidas a su trabajo. Nunca se tiene la visión total y precisa de lo que pasa, pero en este cambio si es posible que esta realidad se entregue de modo honesto y creíble. Y esto es la que la sociedad nos reclama a periodistas e investigadores de la justicia.
Aquí parece crecer un distanciamiento entre la verdad objetiva y científica del investigador de la justicia y la verdad social que maneja el periodista. ¿Se distancia de la verdad objetiva el reportero, cuando permite que de sus juicios hagan parte las relativizaciones del contexto social? ¿O se aleja de la verdad el investigador que se atiene solo a los datos objetivos, perceptibles y cuantificables que logra llevar a su laboratorio?.
Quizás un punto de partida para una propuesta a esos interrogantes se pueda encontrar en otra norma ética común a periodistas e investigadores.
LA RESPONSABILIDAD
Felipe González Toledo fue el primer periodista que llego a la casa del barrio Ricaurte marcada con él numero 30-73 de la calle 8. Lo acompañaba el fotógrafo Manuelhache. ¿Qué hacer? ¿Golpear la puerta y esperar a que alguien abriera para tomar la foto de la casa y del pariente del asesino de Gaitán? Era la casa donde habitaba la madre de Juan Roa Sierra, su hermano mayor, Rafael Rosendo, matarife de ganado menor y otro hermano, chofer de taxi. Pero ni la fotografía se tomo, ni la información apareció publicada “para evitar reacciones populares contra personas inocentes, la dirección de la casa habitada por la familia Roa no se publico” relata el propio reportero. Después explicaría: “no hay que confundir la oportunidad con el oportunismo. Además, las confidencias no deben ser utilizadas, y menos en detrimento de terceros inocentes, en este caso una madre. El periodista es un colaborador de la justicia en su lucha en defensa de la sociedad, pero la ética le impone obligaciones humanas. No se puede correr a publicar cuanto chismecito se oye por ahí. No todo es noticia, como piensan –si es que piensan- los famosos reporteros de hoy. La gran crisis de nuestro periodismo es la falta de criterio entre lo que se debe y no se debe, como y cuando publicar.
El trasfondo de esa conducta es el principio ético de la responsabilidad, o sea él deber de responder por las informaciones y por sus consecuencias. Aún recuerdo la sorpresa de los asistentes a aquel taller de ética en cual Gabriel García Márquez intervino para contar detalles de su libro en preparación. En el curso de su investigación, contó, había hecho n análisis literario de los escritos, cartas y comunicados redactados por Pablo Escobar. Uno de sus hallazgos fue la calidad literaria de esos textos. “Tenia las condiciones de un buen escritor”, dijo y explico que a pesar del carácter revelador de ese hallazgo, ni ese ni otros que había hecho figurarían en su libro por que no quería contribuir a la mitificación del tenebroso personaje. Por eso la decisión que después explicaría: “Cuando empecé el libro Escobar estaba preso y él sabía que yo estaba escribiendo el libro. Pero yo no quise entrevistar a ninguno de ese lado, sino que encontré la formula, no sé si es literaria que periodística, que era tomar eso como era en realidad para nosotros: era un poder invisible, que inclusive podía no haber existido”.
El periodista no busca la verdad por ella misma, sino como respuesta que puede generar consecuencias. Ese es el otro compromiso ético del periodista quien, en cuanto a lo profesional, actúa ante la sociedad. Tiene en sus manos un instrumento poderoso, el del medio de comunicación, el cual le da influencia sobre la vida de la sociedad, y debe responder por el uso o el abuso que haga de ese poder. Es un poder social que asume sin haber sido elegido para eso por la sociedad expuesta a su influencia, razón que hace más imperativa aún esa respuesta sobre el uso del poder, es un poder que puede darle orientación a la sociedad en el sentido acertado o equivocado, hacia la paz o hacia la guerra, hacia el individualismo o hacia la injusticia, hacia la impunidad, hacia los valores o hacia los no valores. No hay maestro tan penetrante y eficaz en la comunicación de valores o antivalores, como el medio de comunicación. El sentido de responsabilidad mantiene la conciencia abierta al poder del medio que se utiliza y a la naturaleza del impacto que se logra, pero además, es consciente del papel que juega en la vida de la sociedad.
Esa tarea del control de las consecuencias comienza con la selección de las noticias “ninguna responsabilidad en medio alguno de difusión es tan pesada como la del hombre que toma las decisiones relacionadas con la publicación de las noticias” anota un veterano periodista y agrega: “el hombre que decide que sucesos poseen la característica de noticia es el que trabaja una sólida base de experiencia periodística. La responsabilidad para la toma de esas decisiones exige día tras día lo que a veces son calidades de hombres excepcionales”.
Uno de los criterios que supone esta responsabilidad es el examen de las consecuencias previsibles de la publicación o no-publicación de la noticia. En una lista de las recomendaciones que se deben tener en cuenta al asumir el trabajo periodístico, dos experimentados reporteros incluían estas:
- “No se olvide de los niños.” Inclusive los ladrones tienen familia.
- Trate de ponerse en el lugar de la persona acerca de la que escribe.
- Tenga en cuenta que puede arruinar la vida de una persona al contribuir con su información para mandarla a la cárcel o convertirla en hazmerreír de la comunidad.
- “La empatía es la mejor amiga de la responsabilidad.”
Normas como ésta, aplicables tanto al periodista como al investigador de justicia, ponen en tela de juicio un criterio que es común entre periodistas y que podría darse entre investigadores judiciales: La obligación del periodista es encontrar la verdad y comunicarle sin importar las consecuencias. La experiencia del mejor periodismo demuestra que no puede ser así.
Uno de los momentos más difíciles para un editor es decidir entre el derecho del publico a saber y la seguridad pública o individual, por que están de por medio las consecuencias de dar una noticia. Se necesita una mezcla de inteligencia, percepción, sensibilidad social y una vasta experiencia para decidir sabiamente. Es evidente que en casos así, el criterio de dar la noticia sin que importen las consecuencias, podría conducir a graves errores. Si se tiene en cuenta que la información puede afectar vidas humanas, si se mide con que intensidad se les puede alterar y de que modo, si el hecho de informar y de manejar la verdad adquiere toda su trascendencia, el periodista actuara con responsabilidad, esto es, con el control de las consecuencias de su trabajo.
Ese sentido de la responsabilidad es el que obliga al periodista a ir más allá de la presentación escueta de los hechos y a averiguar y presentar los antecedentes, el contexto y las consecuencias del hecho noticioso. Esa presentación de la noticia completa permite a los que reciben la información una comprensión de los hechos, una reflexión sobre sus implicaciones y una activa toma de conciencia frente a ellos. Se abandona así la línea de la noticia espectáculo y la trivialización de la violencia, consecuencias que se siguen de la presentación irresponsable de los hechos violentos. Por esta razón advertía García Márquez, “Hoy en Colombia la dificultad y el riesgo real de ser periodista es la de llegar a agravar lo grave” que ya es la realidad.
No se trata de responder solamente a las personas individualmente consideradas, sino a toda la sociedad. Y esto nos lleva a un tercer elemento ético detectable en ese campo común entre periodistas e investigadores el cual es:
El servicio a la sociedad
Investigadores y periodistas trabajan guiados por la conciencia de su deber de dar respuesta. No buscan la verdad para sí; las suyas son verdades que invaden y afectan el interés y la vida de alguien. Esto ya agrega suficiente peso a las tareas de hallazgo y comunicación de esas verdades. Sin embargo a ese peso de la responsabilidad se agrega otro: Hay que responderle a la sociedad.
Existe un amplio consenso sobre la existencia de una estrecha relación entre periodismo y el bien común. El periodista es considerado un servidor de interés general, vocero de la opinión publica y trabajador del bien común.
El código de ética periodística de la UNESCO señala una diferencia radical entre el profesional del periodismo y cualquier otro profesional: “En el periodismo la información se comprende como un bien social y no como un simple producto”. Esta precisión le da un carácter especial al periodista y a la empresa en la que trabaja. La información no es un producto comercial cuya entrega al público esta regida por las leyes de la oferta y la demanda; es un bien social cuyo manejo esta determinado por las conveniencias y necesidades del bien común. Por eso agrega el código de la Unesco ¡ El periodista es responsable no solo frente a quienes dominan los medios de comunicación, sino en ultimas, frente al gran público, tomando en cuenta la diversidad de los intereses sociales”.
El periodista, en efecto, se debe al gran público antes que a cualquier otra instancia de poder, sea Gobierno, sea la empresa, sea el director o el jefe de redacción. Sobre los intereses de cualquier persona o institución, esta el interés publico como suprema guía de su actividad.
Ese interés es la máxima prioridad frente a lo cual deben ceder el paso todos los otros intereses, aun los más personales del periodista. En eso se diferencia de la mayoría de los profesionales y esto lo convierte en u profesional singular, marcado por su lealtad esencial al bien común. Mientras otros profesionales saben que le deben la lealtad a un partido, a una empresa, a un gobierno, el periodista subordina todas esas lealtades a su ultima prioridad, el bien común. Observen ustedes, desde su perspectiva de servicio a la sociedad y a la patria, que aquí se perfila otra sólida semejanza de la ética del periodista con la del investigador judicial.
Este criterio de servicio a la sociedad, ante todo, es expresado por los periodistas de diversas maneras y de modo explícito por 23 códigos de la profesión. En todos ellos es clara la visión del periodista como vocero de los intereses de la comunidad. El código de la comunidad Europea lo expresa así: “Toda la acción periodística debe estar dirigida al bien espiritual, social, intelectual, y moral de la comunidad. La federación Latinoamericana de prensa en el preámbulo de su código, proclama: “La información, concebida como bien social concierne a toda la sociedad”. Estas expresiones se repiten en otros códigos como el de los Belgas, para quienes “el periodista es, ante todo, un servidor del interés general” que es lo que el código brasileño llama “un compromiso indeclinable con la comunidad”. Dicen los Israelíes: “Para alcanzar un nivel de actitud profesional elevado, los periodistas deben considerarse servidores del público”. Y agregan los de Liberia: un alto nivel de conducta profesional requiere de devoción por el interés público.
Ignacio Ramonet, el analista de medios director e le Monde Diplomatique, en reciente conferencia en Bogotá relativiza un mito común y dañino: el de la prensa como cuarto poder. Ese cuarto poder, decía, esta en la población y los medios de comunicación están al servicio de ese poder.
Esto le impone al periodista deberes concretos como el que tratan de plasmar las normas formales sobre el respeto al debido proceso y a la inviolabilidad de la reserva sumarial. En el caso Colombiano, también ocurre en otras partes, la reserva no esta protegida por la ley penal sino por la ética.
En el caso ultima hora la sentencia 13 del tribunal constitucional español establece una jurisprudencia clara según la cual “el secreto sumarial no es un cheque en blanco para el legislador, del que puede disponer indiscriminadamente. Hay que tener en cuenta que el principio de publicidad de los actos de los poderes públicos es una garantía para los ciudadanos, que asegura la viabilidad del ejercicio de los derechos fundamentales, el derecho a un proceso publico, y el derecho a recibir información. Por tanto, el secreto sumarial es predicable de las diligencias que lo integran, es decir, de las actuaciones del órgano judicial, pero no de los hechos objeto del sumario, por otras vías no judiciales y difundirlas. “Una jurisprudencia semejante sentó en Colombia la corte constitucional al determinar que de los funcionarios judiciales es mantener reservados los sumarios y del periodista es informar sobre ellos.
El impacto de esa difusión sobre la administración de justicia, sobre los procesos de investigación y sobre el derecho de las personas a un juicio justo es asunto que debe decidir la conciencia y la sensibilidad ética del periodista. Una será su decisión, si piensa en términos de favorecer su medio con una más amplia circulación o sintonía, o si informa con la mira de servir a la sociedad mediante un fortalecimiento de su justicia.
Las decisiones éticas, amigos, no se toman por la aplicación mecánica de unas normas; son el resultado de la coherencia personal con unas prioridades en materia de valores. Si las prioridades son el propio interés, el lucro, los odios o los afectos, ni el periodista, ni el investigador logran una coherencia ética. Cuando el horizonte mental esta determinado por valores como el bien común, el respeto al otro y el servicio a la comunidad, las decisiones éticas no solo son las correctas, sino que la calidad profesional se aquilata. Es lo que se puede leer en las entrelineas de la vida y de la obra de los mejores y más brillantes entre los profesionales

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